Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

domingo, 1 de febrero de 2009

Un Cuento Chilango de Misterio. Segunda Parte

Carlos moría. Imaginó un hielo amorfo, cuyas extensiones crecían rápidamente en su abdomen y lo obligaban a tumbarse completamente sobre el pasto. El frío que experimentaba en ese instante en su abdomen, era la más horrorosa sensación que había tenido jamás. Un frío que no cedía a pesar de sentir el calor de su sangre bañar su piel, escurrir sobre su cuerpo, manchar su ropa, inclusive, sintió como el calor de su misma sangre se derramaba por sus adentros, irritaba, ardía, ácido que iba dejando un camino lacerado de órganos heridos que palpitaban dolor. Pero ahí seguía, en el núcleo del caos de las más dolorosas sensaciones, el hielo frío envió una extensión a su espalda, atravesó su colon, rozó la aorta abdominal, pasó junto a un riñón y finalmente llegó a su columna vertebral y se internó en su médula espinal. Instantáneamente subió hasta su nuca y a medida que ascendía sus cabellos se erizaban, al punto de casi saltar disparados, hasta que llegó a su cerebro.

–Creí que al morirse se escuchaban ángeles-, comentó en voz alta de la manera más sardónicamente posible para que su victimario lo escuchara. Prefería parecer un valiente que dice idioteces, que un cobarde que muere callado y gimiendo.

Cuando dijo esto en voz alta, algo llamó su atención, algo en lo cual no había reparado desde que recibió la bala y que se podía considerar como un extraño comportamiento contrario a toda lógica. Su agresor seguía ahí. Ya habían pasado varios minutos desde que el estallido de la pistola había sonado y no se había movido ni un milímetro del lugar, al contrario, permanecía quieto, inmóvil y con la mirada fija sobre la figura de Carlos. El gorro de la sudadera que traía puesta no le permitía distinguir su rostro a pesar del intenso resplandor de la luna esa noche. Cuando Carlos notó esto, ya no le quedaban muchas fuerzas, lentamente un sopor lo invadía y sentía su cuerpo y párpados demasiado pesados. El sueño comenzó a vencerlo, pero entre cada parpadeo cada vez más lento, distinguió a la misteriosa figura acercarse, cada vez más y más cerca. Sintió temor de ser baleado nuevamente pero sus fuerzas lo habían abandonado completamente como para, al menos, gritar.

En el último parpadeo antes de perder el conocimiento, vio claramente como la oscura figura se reclinó sobre él, sacó algo de entre sus ropas y lo vertió en su abdomen. Un susurro, tan quedo que a el le pareció el sonido del viento entre las ramas, llegó claramente a su oído. –Perdóname-. Y en ese instante quedó inconsciente.

La luz que entraba por la ventana despertó a Carlos. Por la intensa luminosidad podían haber sido las 10 u 11 am. –Me quedé dormido- pensó, y rápidamente intentó incorporarse pero un agudo dolor en su mano izquierda lo hizo reaccionar. El cuarto blanco, la camilla y la solución canalizada en su mano lo hicieron percatarse de que se encontraba en el hospital y lo hicieron recordar los eventos previos. Cuando la agonía de su noche previa vino a su mente, rápidamente se llevó la mano al abdomen esperando encontrar la cicatriz de la cirugía que le realizaron para extraer la bala de su abdomen. No encontró nada. Se alzó la bata y sólo tenía una pequeña cicatriz, redonda, que parecía ser muy antigüa pero que el estaba seguro que no la tenía antes.
En ese instante entró una enfermera al cuarto y antes de contestar las extrañas preguntas que Carlos le hacía sobre una herida de bala, cirugía, policía y sicarios, con toda la intención del mundo le contestó con un tono molesto y un gesto muy mal humor, como sólo las enfermeras de hospitales públicos saben hacer, que tuvo suerte que no le pasara nada a él y que sus cosas habían sido llevadas por su madre, excepto su camisa ensangrentada, la cual fue cortada para corroborar que no tuviera heridas, en vano, por que efectivamente no las tenía.

De todos los extraños sucesos en los cuales se había visto envuelto desde que inició la investigación sobre la muerte de su amigo Toño, este fue el único que realmente le despertó miedo. Por que supo que ellos tuvieron que ver con esto. Supo que ellos lo habían dejado vivir con toda intención, la cual Carlos estaba seguro que no era nada buena. Supo que habían jugado con su cuerpo ó con su mente ó con ambas. Supo que a partir de este instante él era parte de su plan y que ahora, ni la muerte era una vía de escape.

Autor: JAPS

1 comentario:

Humbert C. Christopher dijo...

Y aumenta la tensión en ésta segunda parte.