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viernes, 19 de diciembre de 2008

Un Cuento Chilango de Misterio. Primera Parte

Carlos no sintió cuando la bala lo penetró. Un calor líquido y viscoso que muy lentamente descendía desde la parte superior de su ombligo hacia su pubis lo hizo voltear con temor hacia abajo. Una mancha roja se extendía sobre su camisa azul con cuadros café justo a nivel de su abdomen. No podía creer que todo terminaría allí, de rodillas sobre el pasto de una de las islas de la UNAM. Al voltear al frente, no fue la presencia de su verdugo ni el poco común cielo estrellado y despejado de la ciudad de México lo que captó su mirada, si no el hermoso mural del edificio de rectoría que se asomaba entre los árboles. El mural del lado sur, con sus imágenes sobre el pasado colonial, iluminado con las lámparas desde su lado inferior lo convertían en la más hermosa e inmensa lápida que jamás se pudo haber construido para Carlos. Sus dos discos laterales, semejantes a enormes ojos, penetraron profundamente en la mente de Carlos, junto con toda la solemnidad que evocan, y lo llevaron en tan sólo unos pocos segundos a recordar que hace apenas unos días antes, antes de convertirse en prófugo, era un estudiante de la máxima casa de estudios de Latinoamérica. Carlos pensó que era una ironía que aquellos mismos ojos del mural, fueron testigos días antes de su crimen y que ahora, esos mismos discos inquisidores son testigos del crimen que ahora a él le cometen.

Un año antes, a principios de Octubre, Carlos con 21 años de edad iniciaba el quinto semestre de la carrera de Derecho en la UNAM. Era tarde y la noche imperaba en el inmóvil y atemorizante corredor de paredes de piedra volcánica que da salida hacia la avenida Universidad y que Carlos cruzaba apresuradamente cuando se encontró con Toño, su amigo de la infancia. –Toño que gusto encontrarte, ¿que tal cómo has estado?-; - Muy bien, aquí apurado con mi tesis ¿y tú?-;- Estoy empezando el quinto semestre y pues hasta ahora todo bien, pero qué haces por acá?-. Toño le comentó que había ido a dejar a su casa a Silvia, una exnovia cuya reciente ruptura provocó una de las borracheras más memorables entre Carlos y Toño y a pesar de que él no tenía la más mínima intención de regresar con ella, mantenía las mismas atenciones caballerescas como irla a dejar a su casa cuando se hacía tarde como cuando eran novios, especialmente desde que a ambos les tocó organizar el viaje de despedida para su grupo, un recorrido por las costas de Guerrero, en el cual Silvia tenía toda la intención de utilizar sus encantos ya muy bien conocidos por Toño para regresar con él. Al despedirse, Carlos no pudo evitar recordar como conoció a Toño. Cuando era pequeño, en vacaciones, Carlos era llevado por sus padres desde su ciudad natal Veracruz, hasta la ciudad de México a la casa de sus tíos en una Unidad Habitacional en la colonia Pedregal de Santa Úrsula, donde por las tardes y noches jugaba con sus también pequeños vecinos, entre quienes se encontraba Toño, dos años mayor que él. Ambos, por afinidades de gustos, desarrollaron una simpatía mayor entre ellos que entre los demás niños. El encuentro sólo duró un par de minutos, pero fue suficiente para hacer saber a Carlos, que Toño se encontraba atareado por su tesis de titulación cuyo tema de investigación era “Factores ambientales en la perpetuación del homicidio en jóvenes” y precisamente había elegido para su tesis el caso de Joaquín González, el joven que dos años antes había asesinado al catedrático de la materia de México Prehispánico de la licenciatura de Historia, Alfredo Daguerro, justo a las afueras de la Facultad de Filosofía y letras y que tiempo después fue encontrado muerto.

Si tan sólo Carlos hubiese sabido que esa era la última oportunidad de platicar largo y tendido con Toño, si hubiese sabido que era la última vez que lo vería vivo en condiciones normales, le hubiese dicho que siempre lo recordaría como su mejor amigo, pero Carlos no tenía forma de saber los misteriosos y horribles eventos que se avecinaban.
Continuará...

Autor: JAPS