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domingo, 8 de febrero de 2009

Fotografías. Segunda Parte

Lo primero que hizo fue quemar las doce fotografías. Después de “los hechos” la policía encontraría un bote de basura en la cocina con los restos calcinados de las fotografías, aunque éstas estarían irreconocibles.
Después regresó al cuarto oscuro para verificar que no hubiera más fotografías reveladas por las cuales preocuparse. Al llegar a la puerta se estremeció, un frío recorrió lentamente su espalda y se estancó en su nuca, erizándole los cabellos. Temeroso, dio un paso en aquella oscuridad, la cual le resultaba poco familiar, ya que pasaba poco tiempo en ése cuarto.
Manoteó durante unos segundos, tratando de encontrar el interruptor que encendiera la luz; pero no la luz roja, no, la luz roja no porque ésa luz le recordaba (sangresangresangre) el trabajo de Martha. Aunque puso todo su esfuerzo en encontrar el interruptor de la segunda luz, la luz blanca que convertiría al cuarto oscuro en sólo otro cuarto, falló. Por un segundo la intensa luz roja le recordó el cuento de “La Muerte de la Máscara Roja”, iluminando todo el cuarto con su brillo color rubí, mortificándolo, mareándolo, matándolo.
Por un segundo la vio.
Martha estaba ahí, frente a él. La veía roja, color sangre en su ropa y rostro, en su piel y cabello. Ella señala la vieja cámara que él aún sostenía. “Sofía…”, dijo Martha, en un suspiro.
Golpeó la pared, tratando de encontrar el interruptor de la luz blanca por segunda ocasión, y ésta vez tuvo éxito. El cuarto dejó de ser rojo, pero al estar encendidas ambas luces, adquirió un delicado color anaranjado. Martha ya no estaba ahí.

Empezó a reír; primero, una risa queda, gutural, agradable, que fue subiendo de tono hasta volverse los estridentes gritos de la histeria. Se llevó la única mano desocupada a la garganta (ya que la otra se negaba a soltar la cámara) y apretó y apretó, hasta clavarse las uñas en el cuello y cerrar por unos momentos el paso del aire a su sistema. Eso pareció tranquilizarlo. Días después, cuando el doctor lo examinara, encontraría las marcas de las uñas en el cuello con los respectivos hematomas donde había apretado. El doctor se sorprendería que no hubiera muerto por su propia mano.

Cuando hubo recuperado un poco de su calma se convenció a sí mismo que había tenido una alucinación, una pesadilla con los ojos abierto. Que su esposa hubiera muerto de extrañas circunstancias no significaba que ella era un espíritu errante que quisiera matarlo de un susto. Mientras se decía esto en voz alta, se dirigió a la mesa de revelado para verificar que no hubiera más fotografías.

Había una.

En ella Martha seguía de pie frente al espejo, en algún momento después de tomar las primeras fotos, ya que su rostro no aparecía deformado por el grito. Sostenía la cámara de la misma forma que en el resto de la serie, con excepción de que la sostenía con una sola mano. La otra señalaba hacia la cámara, tal como la visión de Martha había hecho.
Esto soltó una risilla nerviosa que parecía a punto de volver a estallar en gritos, pero pudo controlarse lo suficiente.

Ésa fue la única fotografía fuera de una caja que los policías encontrarían días después. La encontrarían en la habitación, encima de la cama, junto a unos pañuelos ensangrentados y la cámara fotográfica.

Tomó la fotografía y la guardó en el bolsillo trasero de su pantalón, por el momento. Salió del cuarto oscuro, dejando la luz blanca encendida por si tenía que regresar. Fue a la cocina, se sirvió un poco de agua y se recostó en la mesa. Estaba nervioso y cansado, y se convenció lo suficiente de que su mente le estaba jugando bromas constantes así que decidió dormir un rato. Se levantó de la mesa y se acostó en el sofá de la sala. El cansancio acumulado de los días previos lo venció, y al cabo de unos minutos estaba hundido en la inconsistencia.

Despertó sin saber si habían transcurrido horas o sólo minutos, pero se sentía un poco más repuesto. El cuello le dolía, pero no era nada que no pudiera soportar. Se levantó, convencido del todo que los fantasmas no existían y que podría resolver racionalmente el misterio que envolvía la muerte de Martha…hasta que vio la fotografía pegada en la puerta del cuarto oscuro.

Era la misma fotografía de Martha señalando la cámara. La misma fotografía que estaba seguro había guardado en el bolsillo de su pantalón y de la cual estaba también seguro no había pegado en ninguna puerta. El anterior escalofrío volvió a recorrer su espalda, anidando nuevamente en la base del cráneo.

“Tengo que salir de aquí” pensó. Tomando sólo las llaves y su billetera, sin importar el aspecto que presentaba con las marcas en el cuello, salió a la calle. Días después algunos testigos afirmaron que caminó solo unas cuantas cuadras, hablando consigo mismo y sin percatarse, al parecer, que tenía una cámara fotográfica en la mano.

Fue una hora después cuando se dio cuenta de que todavía tenía a Sofía sujeta. No pudo recordar siquiera si para dormir la había soltado. Decidiendo que había caminado lo suficiente, regresó a su departamento. Al cerrar la puerta volvió a ver la fotografía pegada en la pared, y trató, nuevamente, de convencerse de lo irreal de todo.

La fotografía. Martha señalando a Sofía. En el cuarto oscuro, lo que fuera que lo había asustado también había señalado la cámara y había dicho su nombre. Trató de soltar la cámara, y comprobó que no podía, como si la hubiera tenido pegada todo el tiempo. Volvió a tratar, y al agitar el brazo, Sofía golpeó contra la mesa.

La luz del flash lo deslumbró, y después escuchó el sonido del rollo al recorrerse dentro de la cámara. Sonido que al principio lo desubicó por no esperarlo y luego compendió lo que significaba:

Todavía había un rollo dentro de ésa cámara fotográfica.

Autor: Juan Mauricio Muñoz Liévana

2 comentarios:

Julio Alberto dijo...

Excelente, valió la pena la espera, aunque se notan algunos cambios en tu historia, el cambio de narrador, de ser contado en primera persona a ser contado por un narrador universal, se vuelve más narrativa que descriptiva, los hechos superan las descripciones, a diferencia de la primera parte y esta parte la siento un poco "más acelerada", sin embargo, lo diferente no reduce la calidad, muy buena esta parte, nuevamente felicidades y gracias por continuar compartiendo tus letras.
No tardes con la tercera parte, me tienes en suspenso con la continuación.

P.D. Creo que esto hace sentir orgulloso a cualquier escritor de suspenso o terror, mientras leía tu cuento, mi reloj despertador de doble campana cayó desde su propia altura y entre tu cuento y el ruido me provocaron un gran susto, jeje.

Feco dijo...

Caray, que demonios le sucede a la cámara, espero no sea uno de esos caso chuscos y vergonzantes en que el tipo se unta la mano con kolaloka al momento de tomar la camara...

Me gusta mucho, deseo saber que rayos tiene la camarita esa. Excelente ritmo y estilo.
Yaaa, la tercera parte.