Cuando Esteban Duarte vio entrar al hombre de la Yashica Rangefinder a los Revelados 24 horas de Tiendas de SuperDescuentos supo dos cosas: que el hombre sólo iba a traer problemas y que nunca debió de haber aceptado el turno nocturno en la reveladora de fotos.
Ya antes había lidiado con hombres como el que acababa de entrar, la ropa arrugada, la cara descompuesta, la mirada inyectada de sangre. Hombres que revelaban sus fotografías oscuras y explícitas, confiados en la probada discreción de Esteban y en el horario nocturno. Esteban comprendía a esos hombres, no mencionaba nada de lo que veía y era muy cuidadoso a la hora de reportar las fotografías que la empresa marcaba como inmorales. Los clientes de Revelados 24 horas de Tiendas de SuperDescuento estaban contentos con el turno nocturno.
A Esteban el empleo nunca le había parecido atractivo, por mucha pasión que sintiera por la fotografía como medio de expresión, pero el turno nocturno, con sus rarezas y mala paga era el único medio que tenía para mantenerse en lo que conseguía un empleo mejor pagado, o como mínimo, en otro horario. Buscó con la mirada a Lucio, su ayudante. Por lo regular prefería estar acompañada por alguien cuando tenía que lidiar con alguno de los Clientes Peculiares, como él mismo los denominaba; pero Lucio no se encontraba por el momento. Ya antes se había salido del turno antes de tiempo, a veces volvía, a veces no, y Esteban anotó mentalmente que tendría que reportarlo.
-Buenas noches, señor, mi nombre es Esteban Duarte-saludó, de acuerdo al protocolo de la empresa-, ¿en qué puedo servirle?
El hombre pareció no escucharlo, o eso pensó Esteban durante el primer minuto de silencio. Estaba a punto de volver a preguntar cuando el hombre reaccionó. Esteban, en su declaración a la policía unas horas después, juraría que escuchó un “click” antes de que el hombre respondiera.
-Buenas…noches, si, quisiera saber si puede…-dijo, con cierta dificultad. Esteban esperaba oler alcohol en el aliento del sujeto, o mariguana, o thinner o alguna sustancia, pero fuera de cierto olor a sudor, no olió nada fuera de lo común. El hombre levantó la cámara, y la colocó en el mostrador, sin soltarla.
Esteban tenía razón, era una Rangefinder, en sorprendentes buenas condiciones. Si aquel sujeto quería revelar alguna fotografía de la cámara, bien podría solicitarle a San Judas Tadeo un poco de revelador milagroso. No había forma de hacerlo, no en ése estudio de revelación.
-¿Puede revelar un rollo de ésta cámara?- preguntó el hombre.
-Lo siento, señor, pero está más allá de nuestras probabilidades, ésa cámara es una verdadera antigüedad.
El hombre se quedó congelado. Cuando le preguntaron los policías si quería decir “inmóvil”, Esteban insistió: “congelado”. El hombre se quedó petrificado, viendo algún punto entre la cámara en el mostrador y la pared detrás de Esteban, sin pestañear, pálido; inclusive parecía que no respiraba.
-¿Señor?- preguntó, después de varios segundos.
El hombre se quedó petrificado diez o quince minutos más, después, Esteban escuchó claramente otro “click” proveniente de la cabeza de aquél sujeto.
-Si, me imaginaba, es que…bueno, ella pudo…al parecer, pues bueno, después de todo ella tenía el cuarto para revelar fotografías.
Cuando la policía interrogó a Esteban, le preguntaron repetidamente sobre el “ella” que él había utilizado. Esteban tuvo que repetir infinidad de veces que nunca dijo un nombre en particular.
En ése momento, la puerta detrás del mostrador de abrió de golpe. El hombre de la Yashica dio un respingo. “Casi llegó al techo del brinco” estaba escrito en la primera declaración de Esteban.
-Buenas noches- dijo Lucio Ponce, el ayudante del turno nocturno. El arrastre de las “s” le hizo pensar a Esteban que Lucio, o estaba un poco tomado, o acababa de despertar de una siesta; pero no le importó, lo importante es que ya no se encontraba solo frente al extraño.
Lucio Ponce era el hermano menor de la querida del gerente de las Tiendas de SuperDescuento. La querida del gerente había conseguido el empleo para su hermano menor varios meses atrás, una noche, mientras ambos reposaban desnudos en la cama, y después de varias (muchísimas) horas de insistir e insistir. Si Lucio no conseguía trabajo, suplicó ella, el papá de ambos lo mataría, y ella tendría que irse de la casa. El gerente había estado a punto de no darle el empleo, pero sus problemas en casa iban de mal en peor y la necesitaba a ella para poder seguir evadiando su inminente divorcio. Así fue como Lucio Ponce, de 20 años, obtuvo su primer y último trabajo de toda la vida, asistiendo a Esteban Duarte, el mejor empleado de turno nocturno. El trabajo era realmente sencillo, ya que Duarte hacía prácticamente todo, y no requería más que permanecer dentro de las instalaciones de la Tienda toda la noche. Aún así, su empleo estaba en riesgo por su constante falta de responsabilidad.
-Buenas noches-respondió el hombre. Lucio se encogió de hombros, y se sentó en la silla detrás del mostrador, con cara de fastidio.
-¿En verdad funciona?, quiero decir, la cámara, ¿en verdad funciona?- preguntó Esteban. Una Rangefinder tan vieja no debería de funcionar, de todas formas.
-Creo que sí. Mi esposa fue fotógrafa. Quiero decir, es. Ella iba a revelar las fotos pero tuvo que salir y me pidió que lo hiciera yo, pero no sé usar el cuarto oscuro y quería saber si aquí podía revelar el rollo-. En ése momento, el hombre levantó la cámara, enfocó y disparó. El obturador hizo el ruido sui generis que indicaba su funcionamiento.
-¡Hey, sin fotografías!-gritó Lucio, mientras levantaba las manos y se tapaba el rostro.
-Lo siento- dijo el señor- no sé porqué lo hice…es que preguntaron sin funcionaba y yo…
-¡Yo no pregunté nada!-volvió a gritar Lucio. Esteban ya había hablado varias veces con él respecto a su trato con los clientes, pero Lucio simplemente no entendía nada. Lucio se puso de pie, se levantó de golpe e hizo el ademan de tomar la cámara. El hombre dio un paso para atrás y golpeó la mano de Lucio.
-¡Dame la maldita cámara!- exigió Lucio. Duarte trató de separar a Lucio del mostrador antes de que Lucio se siguiera apoyando en él y lo rompiera -, ¡dile que me la dé!, ¡dile que las fotografías están prohibidas dentro del establecimiento!- ésa fue la única vez que Esteban escuchó a Lucio citar bien el manual, pero de momento no lo captó, ya que seguía tratado de separar a Lucio del mostrador. Lucio volvió a intentar agarrar la cámara, y el hombre volvió a golpear la mano.
-¡Ya dije que lo siento!, ¡fue un accidente!, ¡un accidente! – gritó el señor, a su vez.
Lucio hizo un tercer intento, y Duarte vio como el cristal del mostrador debajo de Lucio se resquebrajaba, mientras el peso de éste se concentraba en la mano que presionaba el cristal, mientras Lucio seguía tratando de alcanzar al hombre por encima del mostrador. El sonido del cristal al romperse y el brazo izquierdo de Lucio desapareció hasta el hombre en el mostrador. Lucio se golpeó la boca contra la barra del mostrador y maldijo en voz alta. Cuando se levantó, la mano izquierda presentó un pequeño, diminuto corte superficial. Lucio se había salvado, aunque no pareció notarlo.
-¡Carajo!, ¡puta madre!- gritó, mientras se sujetaba teatralmente la mano cortada con la derecha-, ¡era lo único que me faltaba, fregarme la puta mano!
Esteban vio, con una sonrisa interna bastante enorme, el pequeño corte en la mano y la única gota de sangre. “Ni siquiera iba a dejar cicatriz” constaba en el reporte por escrito.
Lucio se giró de pronto, abalanzándose sobre el hombre, tratando de sujetarlo ahora del cuello. -¡Hijo de la…!, trató de gritar, pero el hombre golpeó a Lucio en el rostro con la cámara. El obturador volvió a sonar. Estaban pensó en la fotografía en close-up de la mejilla con acné de Lucio y volvió a sonreír. Fue entonces cuando Esteban se interpuso en un nuevo intento de Lucio por alcanzar al hombre y empujó a Lucio, con gran satisfacción, contra la pared. Aunque Lucio fuera recomendado, Esteban seguía siendo el encargado del servicio, y utilizó su cargo por primera vez para hacerse escuchar.
-¡Escúchame Lucio!- le gritó en la cara, para llamar su atención. Los ojillos enrojecidos de Lucio giraron lentamente del hombre a Duarte-, ya basta de lo que sea que estés haciendo. Ya rompiste un mostrador y estás a punto de atacar a un cliente. Dudo mucho que a tu cuñado le agrade eso.
Ante la mención de su delicada posición dentro de la tienda, Lucio se relajó un poco.
-Ahora, vas a ir a la parte de atrás por un recogedor y una escoba, barrerás tu desorden y después (hizo énfasis en la palabra “después”) irás a que te revisen en farmacia. A lo mejor sólo necesitas una lavada y un curita.
-Pero la fotografía…-comenzó Lucio.
-Yo me haré cargo, tú haz lo que te digo y no diré nada sobre el incidente, ¿de acuerdo?
Lucio dudó, la furia aún no disminuía de sus ojos. Iba a contestar algo, pero Esteban lo interrumpió.
-¿¡De acuerdo!?
-De acuerdo-. Lucio lanzó una última mirada al hombre de la Rangefinder y salió por la puerta por la que había entrado, azotándola innecesariamente.
-Lamento mucho lo ocurrido, señor- comenzó Esteban. Ahora, debía calmar al cliente para evitar empeorar la situación o peor: evitar una demanda.
-No te preocupes…-dijo el hombre-, no debí, ya sabes, tomar la foto. No debí. La cámara…es mala, ¿sabes?, la cámara es mala y a veces creo que…-el hombre se interrumpió. Las luces parpadearon en toda la tienda. Esteban miró hacia arriba en el instante en que uno de los focos estallaba, dejando caer una cascada de chispas.
-No debí haber tomado la cámara- dijo el hombre. En el interrogatorio, le preguntaron a Esteban si el hombre no había dicho “no debí haber tomado la foto”, pero Esteban estaba seguro. Había dicho “no debí haber tomado la cámara” y fue lo último que escuchó decir al hombre.
Un golpe sonó en el cuarto de atrás. Un grito y otro golpe. Por arriba de Esteban, otro foco reventó. Esteban se agachó para evitar los cristales y las chispas, y al apoyar la mano en el suelo, notó un leve temblor en el suelo. “Un temblor, justo lo que faltaba para ésta noche de locos”, pensó, pero su noche no había terminado. Aún no. Se puso de pie para entrar al cuarto trasero, de donde había provenido el grito. Giró un poco para buscar al hombre de la Rangefinder y lo vio salir del establecimiento. “Menos mal”, pensó. El hombre salió y al mismo tiempo las luces de restablecieron. Esteban entró al cuarto trasero. Cuando vio a Lucio, supo cuánta razón había tenido: el hombre sólo iba a traer problemas y nunca debió aceptado el turno nocturno.
Autor: Juan Mauricio Muñoz Liévana
Arkham Knight: la muerte de una franquicia.
Hace 9 meses
4 comentarios:
Un giro del ambiente de la historia, pasamos de la misteriosa casa con su terrorífico cuarto de revelado, a un tienda, que mantiene esa absorvente línea arcana que nos envuelve y me despierta cada vez mas las ganas de resolver este misterio. Por favor, no tardes en subir la continuación realmente es una historia que me ha mantenido a la expectativa de los que seguirá.
Muy buena continuación
Gracias. Quiero hacer una Fé de Ratas:
En un párrafo el tipo de cámara cambia: en vez de poner Ringefinder, puse Roadmaster. En serio, no sé en qué estaba pensando, pero se me escapó en la revisión.
Ya quedó corregido. De hecho, ya lo había notado, era algo que me confundía un poco, pero no puedo hacer correcciones a los escritos a menos que el autor lo indique.
Saludos, y de nuevo la historia va muy bien, no tardes con la continuación.
AHHHH!!!
¡¡¡Mau, ni se ocurra tardarte con la cuarta parteee!!!!
Un giro de tensión y desesperación, pero ahh, yaa, el reveladooo, andaa!!!
Un abrazo y muy buena historia
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